enero 17, 2011

Pequeñas mentes retorcidas



Admito que me encanta la sensación de caminar por la calle y que la gente nos mire como dos extraños, dos locos. Al parecer, no nacimos para aceptar las cosas tal cual nos son dadas.
Amo los días que nos sentamos en la plaza, a fumar un puro y que nuestra mente valla seduciendo a la realidad hasta convertirla en un vaiven de felicidad.
Nuestras pupilas, ya dilatadas y nuestros ojos rojos, junto a nuestro cuerpo van adquiriendo experiencia en alejarse cientos de kilómetros del poder para tomar decisiones. Nuestras venas ya no son puras. Solo suena nuestra guitarra, con un par de acordes del '63.
Nos recostamos y el nos pega en nuestras caras, esta rubia te mira como un loco, tratando de que este amor no se convierta en una obsesión. Es algo extraño, pero nadie hubiera escrito mejor nuestra historia. Nadie más que nosotros dos. Me encanta que te encante el hecho de que sea tan pura y transparente.
Me encanta tu perfume de pasto y sol. Me encanta también que unimos nuestro rumbo y seguimos nuestra dirección.
Ese día era un día típico de invierno, el sol brillaba lo más alejado del mundo, y se prestaba para tomar ginebra, le hicimos caso, fuimos al supermercado más cercano, le pagamos a el chino $8.75, volvimos a la plaza. En cada sorbo sentía como el calor me invadía el cuerpo y como el viento nos acomodaba el pelo en nuestras caras y el sol, detrás de tu figura, te hacia brillar. De repente, o no tan de repente, se largó la lluvia, sabias que me gustaba, y decidiste invitarme a dar un paseo, podíamos sentir las gotas de lluvia en nuestros rostros y el calor que nos provocó la ginebra. Nos sentamos en un banco y advertimos un sutil sonido, que se distinguía con elegancia entre las gotas chocando contra el suelo. Descubrimos una pequeña galería, allí había un hombre, bastante mayor, tocando el violín, junto a un joven, que tocaba el piano, notamos una lata cerca, y le arrojamos unos $5. Otros, en cambio, le daban dinero sin interrumpir su camino, otros se quedaban admirándolo, y otros, solo le dirigían una mirada de inferioridad, lo que me generaba un cierto odio. Cuando terminó, éramos solo siete personas las que lo aplaudíamos. Los dos músicos dijeron un sincero y fino Muchas gracias por apreciar nuestro talento.
Seguimos nuestro camino. En eso, se nos pinta conversar, estábamos de acuerdo en que este era un día para delirar, que me dispuse a videar con vos a cambio de unos verbos, sí, una ilusa o tal vez una idiota, pero lo cierto es que me encantaba estar con vos. Agarramos otro puro, ya que olvidamos la ginebra en la galería, cada vez estábamos delirando más, y nos gustaba. Conocimos un nuevo amigo, se llamaba Charlie, era de todos colores, tenía de mascota a una lagartija azul, y un elefante rosa, pero que no se comportaba muy bien. Nos dijo que nos podía alcanzar en su submarino amarillo hasta el lugar donde habíamos guardado nuestras bicicletas, nos pareció una idea genial, pero lo triste fue cuando llegamos y nos tuvimos que despedir, pero nos dijo que no nos preocupemos, que siempre iba a estar dando vueltas por la Avenida San Juan.
El bohemio San Telmo estaba maravilloso, pero ya era hora de irnos, agarramos nuestras bicicletas y empezamos andar, despacio. El tráfico nos sacaba de nuestros cabales y le dedicábamos panfletos a cada chofer, ya estábamos pasados y no respondíamos de nosotros mismos. Andábamos fuerte, más fuerte, y cada vez más fuerte, esa fuerza se convirtió en velocidad, y el viento que chocaba con nuestras caras nos sentaba a la maravilla, sentíamos que volábamos, que felicidad nos agarró. En un santiamén estuvimos por Lanús, lejos de la prensa que quería adueñarse de nuestros cronopios.
Recuerdo que querías tocar solo una canción más, así que tiramos las bicicletas y nos sentamos en un cordón, desenfundaste tu guitarra y empezaste a inventar unos acordes, sonaban con un ritmo muy a los '70 pero cambiaste bruscamente a los '90. Paraste de tocar, estabas por guardarla, pero pasó algo así como si un rayo te hubiera caído justo entre medio de tus pies, y con una rapidez extrema, volviste a tu posición de guitarrista y empezaste a tocar una hermosa versión de Usame un poquito más, la seguiste con quizás porque y terminaste con seminare. Un concierto espectacular, sin dudas.
Se hacía de noche y tenía que volver a casa. Recogimos las cosas y cada uno partió para su lado.
Llegué a casa, y noté que la realidad ya no se dejaba seducir por mi mente, que las pupilas ya no estaban dilatadas, y los ojos tampoco estaban rojos, que mi cuerpo había sentado cabeza, pero aún así mis venas ya no eran puras.
El sol ya no pegaba en mi cara, la lluvia no me golpeaba y el viento no me acomodaba el cabello.
No era razón para ponerse triste, ya que sabía que todas las historias terminan, y cuando terminan, dejan paso a otra historia.

1 comentario:

  1. Ya te dije que pensaba de tus historias, la verdad es que son increíbles. Me encantó esa manera de narrar con metáforas, tan descriptivas que me hacían imaginar todo.
    Sabés que amé la parté de Charlie, con su iguana azul y su elefante rosa, me los imaginé perfectamente y me dio mucha gracia xD.
    Me gustó el final, esa manera de terminarla tan piola que tenés, la verdad es que no sabía que escribías tan bien, tenés que seguir publicando historias ;)

    ResponderEliminar